La adolescencia es una fase de transición que está llena de dificultades y existen ciertos comportamientos del adolescente que pueden llevarnos a pensar en una posible situación enfermiza. A esta etapa se le ha llamado«síndrome normal de la adolescencia», tratando de acentuar la combinación paradójica entre la noción de síndrome, que apela a la enfermedad, y el calificativo «normal», que indica la naturalidad de muchos de sus comportamientos. Sólo si sabemos y entendemos sus conductas dentro de este parámetro podremos soportarlas y ayudarle con mayor entereza.
En esta etapa, las fluctuaciones del carácter y las contradicciones a la hora de tomar una decisión son normales, aunque pueden llevar a pensar que el adolescente ha perdido el carácter firme que hasta entonces tenía. Los padres nos preocupamos aún más cuando vemos que sus opiniones ya dependen de lo que ha hablado con un amigo. La frase «no sé lo que haré o dónde iré» no responde a un deseo de ocultar algo, sino que suele reflejar que su decisión variará según lo que acuerden con el grupo de amigos.
En las descripciones que desde fuera se hacen del hijo adolescente, no es extraño que los padres tengamos la impresión de que nos hablan de varios personajes distintos. Depende de la persona con quien esté, puede darnos versiones contradictorias acerca de su madurez, educación, bondad, capacidad intelectual o facilidad para la comunicación. En el adolescente conviven, a veces en armonía, otras veces con grandes conflictos, el niño que era y el adulto que llegará a ser.
Además, el adolescente descubre que puede utilizar una capacidad nueva: la posibilidad de pensar y razonar con una facilidad mayor para la crítica y la opinión personal. Y esto se materializará a través de la necesidad de manifestar una rebeldía constante. Se queja por todo: la ropa que hasta ahora le compraban, la habitación y sus muebles, las indicaciones de los padres… nada de ello le sirve ni le gusta. Para encontrar una manera de ser propia, necesitará rechazar, despreciar, ir en contra de lo que hasta entonces le había servido. Aunque no cabe duda de que es un aspecto molesto y difícil para la convivencia familiar, es importante que los padres intentemos ser coherentes con nuestras ideas y no cedamos ante todas sus peticiones o en aquello que consideramos inamovible. En la primera etapa, durante la pubertad, lo conseguiremos fácilmente, pero hacia los 15 años, tendremos que imponernos mucho más y acabar aceptando que no siempre será posible. Al llegar a los 18 años, los padres permitiremos que el adolescente vaya llevando a cabo lo que pide, después de asegurarnos de que sean cuestiones que le sirvan y no le causen ningún daño.
Por otro lado, también se puede dar el caso contrario. El adolescente no se rebela, sino que está de acuerdo con los padres, comparte nuestros gustos y, por lo tanto, no plantea ningún problema en la convivencia. A pesar de que esta actitud puede interpretarse como una señal de su bienestar interior, en realidad significa que no es capaz de salir del refugio familiar y renunciar a su posición infantil.
Un paso más
De la rebeldía familiar individual se pasará, paso a paso, a la indisciplina escolar compartida por la clase y de ahí a las reivindicaciones sociales a nivel grupal. El adolescente encuentra la posibilidad decanalizar su “ir en contra” a través del grupo de iguales. Este rechazo a lo establecido tiene un aspecto de ruptura, de destrucción, pero también de construcción de salidas novedosas ante los problemas de la sociedad. Estas vías de salida son las reivindicaciones. Pueden ser activas, cuando se movilizan grandes masas de jóvenes en torno a unos líderes y los esquemas de la sociedad quedan conmovidos por ellas; o serán pasivas, si se trata de una actitud individual, dispersa.
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